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Una vez más la sociedad estadounidense es estremecida por una masacre cometida por un joven armado que abre fuego contra la vida desprevenida e inocente. Ocurrió el viernes pasado en un colegio del poblado de Newtown, Connecticut. El propio presidente Obama lloró cuando supo la noticia.
Murieron 27 personas, entre ellas el propio asesino; veinte de los que perdieron la vida eran niños estudiantes del colegio de Newtown, pueblo donde ocurrió esta tragedia. El editorial del diario El Colombiano decía el sábado que “más espantoso es saber que en Estados Unidos tienen claro que no pasarán muchos días antes de que una tragedia de estas se vuelva a repetir”.
Se dice que la causa directa de estos hechos está en la libertad que hay en el país del norte para comprar y portar armas y municiones. Sin duda hace parte de las causas, pero no es la única, y tampoco tal vez la principal. Restringir el porte de armas, claro, ayudaría a reducir estos casos cargados de tanto dolor, pero esa no es la única forma de actuar para sanar una sociedad que produce tales actos.
Estas tragedias dan cuenta de un malestar social y cultural que crece en el mundo, en particular en las sociedades más desarrolladas. Ese malestar, como el de la tierra, se manifiesta casi periódicamente con estruendos de los que no queda más que el reguero de muerte, y en casos como el de Newtown, el inútil repudio.
Luis Alirio Calle
@LuisAlirioCalle
