La fracasada Reforma a la Justicia este año en Colombia es considerada por muchos como la mayor inocentada del país, y ello por no contar lo inocentes que resultan las víctimas de la violencia, de la corrupción, de las promesas.
El escritor estadounidense Mark Twain decía que “el 28 de diciembre, día de los inocentes, nos recuerda lo que somos durante los otros 264 días del año”. Hace más de cien años, cuando Twain decía eso, había poca información. Hoy abunda, y la sentencia del novelista es aún más vigente.
En Colombia, en materia de inocentadas, la más grande ―y por ello histórica― es la de la trunca Reforma a la Justicia que, como la Reforma Agraria, parece condenada a encabezar la lista de las promesas eternas, porque si se cumplen, dejan de ser “la promesa”, preciada divisa en épocas electorales.
Creer que contamos con un sistema eficiente de justicia nos hace inocentes hoy y toda la historia atrás. Esa, la de la Justicia, debería ser la rama del poder mejor pagada. El delincuente debería temerle al sistema judicial. La corrupción debería temblar ante sus pasos.
Pero la justicia que tenemos va en el último vagón del tren, cuando ni siquiera en el primero debería ir. La justicia debería ir primero que el tren.
Luis Alirio Calle
@LuisAlirioCalle