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Que un diagnóstico no nos siga definiendo como personas
Hace 40 años, el mundo supo de la existencia de un virus que después se llamaría virus de inmunodeficiencia Humana, VIH y que produce el síndrome de inmunodeficiencia adquirida SIDA. La irrupción de este virus generó caos en el mundo científico, una carrera por entender de qué se trataba, cómo se podría curar y cómo prevenir, pero la carrera no fue acelerada, los resultados fueron llegando lentamente, tanto que miles de personas fueron perdiendo la vida. Mientras algunos hospitales acumulaban pacientes, en la calle los activistas denunciaban la poca efectividad e interés de los estados y un aparente monopolio por parte de las farmacéuticas.
En la calle, en el día a día, VIH -SIDA sonaba tan extraño que generaba pánico, los titulares de los medios de comunicación no escatimaron en señalar que era una enfermedad de gais, y aunque con los años quedó claro que el virus no discrimina a nadie, en el imaginario ya había quedado sembrada la idea de que se trataba de una especie de cáncer rosa, de un castigo divino… el estigma que se generó perdura de alguna manera hasta nuestros tiempos, hay una vergüenza que impide hablar del tema, un silencio que agudiza la sensación de soledad y el auto juzgamiento, quienes nacimos después de los 80 aprendimos a tener sexo con miedo.
Los avances científicos, gracias al trabajo y la presión del movimiento social, permiten hoy una calidad de vida para las personas con diagnóstico positivo, VIH SIDA no es una sentencia de muerte, no hay razones para sentir vergüenza y es más que necesario seguir hablando del tema y visibilizarlo para favorecer la prevención y la desestigmatización.
¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que un diagnóstico nos define como personas?
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