Es común que asociemos a la población LGBTIQ+ con la noche, discotecas, bares, la fiesta y la rumba. Esa imagen del desenfreno y la diversión, refuerza un prejuicio y oculta una cruda realidad.
Aún hoy, la población LGBTIQ+ goza de una ciudadanía limitada, restringida la mayoría de las veces a la capacidad o no de pagar un cover, de consumir algo, se trata de pagar para poder estar, para poder ser.
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El espacio público sigue estando vetado para nosotras y nosotros, so pena de ser señalados de pervertidos, inmorales. Nuestras muestras de afecto y cariño, por simples que sean parecen ser intolerables para una parte de la sociedad que nos respeta, pero lejos, donde nadie nos vea.
Es urgente seguir siendo visibles, habitando los espacios, donde incluso no nos quieren, tomarnos las calles, los espacios públicos, que nuestro amor, que nuestra identidad dejen de estas recluidos a discotecas, a lo nocturno a lo undergorund y que se sigan haciendo cotidianos, comunes.
Una sociedad que nos respeta, pero lejos, donde nadie nos vea
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