Durante décadas las personas LGBTIQ+ hemos sido en televisión un chiste, el personaje gracioso, el que hace reír porque es muy delicado, muy femenino, muy escandaloso. Durante décadas hombres cisgénero se han pintado la cara, se han caracterizado como mujeres o han actuado muy femeninos para hacer reír a costas de nuestra dignidad y de reforzar prejuicios que a la larga terminan convirtiéndose en violencia en nuestra contra.
Por ejemplo, a muchos niños en escuelas y colegios les han gritado piroberta, para insultarlos, para humillarlos, para reducirlos a una figura caricaturesca, mientras el humorista se lucra sin inmutarse ante semejante dolor.
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Poco a poco la televisión se ha ido abriendo a más posibilidades, a otras representaciones, otras maneras de mostrar, de narrar y de visibilizar la población LGBTIQ+, otros personajes han hecho parte de la televisión nacional e incluso se han contado historias de amor entre hombres, entre mujeres, una mujer trans protagonista o temas de familia y adopción.
Pero seguimos siendo mirados desde la extrañeza, desde la distancia del otro y la otra que mira con rareza. No necesitamos más que nos de voz, necesitamos que se callen y escuchen, que nos dejen ser las autoras y autores de nuestra propia representación.
No necesitamos más que nos de voz, necesitamos que se callen y escuchen
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