Por más de 50 años, muchas personas se han dedicado a trabajar la mecanografía en la carrera Carabobo y otros espacios de la ciudad.
Como pausando el tiempo, en medio del frenesí cotidiano, los días presurosos y el ruido de la calle Carabobo, aún se percibe en el ambiente un sonido particular: el tic tac de la máquina de escribir. Y delante de ella, testigos verídicos de la historia.
Ha pasado medio siglo desde que León Darío Vélez y Heriberto Pérez llegaron a trabajar a las mismas aceras. En su memoria, aún recuerdan El Pedrero, la antigua plaza de Cisneros; la construcción de La Alpujarra y hasta el cambio de sentido de esta carrera.
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Con el paso del tiempo, va quedando sobre Carabobo un espacio en la memoria para aquellos que ya no están, y cada vez más se va apagando el ruido intermitente de las teclas.
Llegaron muy jóvenes, muchos siendo mensajeros de compañías públicas y privadas. El paso del tiempo es evidente, sus sienes blanquecinas, la piel curtida por el sol y sus lentes de buen lector de periódicos, pero con la misma agudeza de siempre.
Ya han perdido la cuenta de cuántas máquinas y cuántos litros de tinta han sustentado sus días. Y aunque ahora, como dicen, la tecnología les ha arrebatado en parte el trabajo, su conocimiento es quizá la herramienta más valiosa.
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Puede extinguirse el papel para escribir toda la historia documentada por sus máquinas, retando al indomable paso del tiempo, pero ellos, aún firmes, siguen esperando para redactar cada una de sus páginas. Porque lo que está escrito vive para siempre.