La modernidad. Mi profesor de economía en la universidad, vaticinó el desuso en pocos años de los billetes, ante el auge del dinero plástico y las transacciones en línea. Su pronóstico no se cumplió. Pero tampoco han muerto los cheques, el servicio postal, ni los libros empastados.
Hace 15 años, a las salas de redacción de los noticieros radiales no había llegado el computador, mandaban las máquinas de escribir, y los locutores se entretenían con las noticias en cuartillas de papel periódico. Los reporteros gráficos no podían ver el fruto de su trabajo hasta revelar los rollos de película y a las fuentes primarias de la información todavía había que llamarlas por línea fija o esperar sus noticias en faxes interminables.
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Sentí nostalgia hace algunos años cuando la oficina de Espacio Público de Ibagué, retiró las cabinas telefónicas de la ciudad. De niño, hurgaba en sus cavidades buscando monedas, o me divertía haciendo bromas pesadas cuando la pantalla anunciaba que el servicio era gratuito. En la biblioteca Darío Echandía, eran interminables las colas de lectores y espontáneos que pugnaban por hablar tres minutos gratis en el módulo instalado allí. Un vecino del barrio Topacio, en donde vivía, en un inusitado rapto de vandalismo juvenil, arrancó el vetusto aparato llevándoselo para la casa: no tardaron en llegar los policías para apresarlo por su felonía. Hoy, ese ciudadano trabaja en la Fiscalía, investigando los delitos que antaño nunca imaginó cometer.
Las cabinas también se prestaron para elucubrar terribles leyendas urbanas. Decían que enfermos de sida dejaban agujas contaminadas en la ranura de expulsión de las monedas para que otros se contagiaran con la pandemia. Ese mismo infundio lo escenifican las malas lenguas en las salas de cine en la actualidad.
No estoy mistificando el pasado, en detrimento de los avances significativos de la modernidad. La tecnología ha hecho que caiga la brecha de las distancias que nos separan y si sabemos más de otras culturas, quizá aprendamos juntos a sobrevivir. Pero también nos ha vuelto dependientes y conformistas: hace poco observaba un dato erróneo en un medio local y al abordar a su autora me contestó “es que así estaba en Google”, denotando la respuesta, el peligro de darle tanta credibilidad a los datos de la nube, donde cualquiera puede subir cualquier contenido que no ha pasado por el tamiz de un editor serio.
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Cuántas veces no hemos chateado con algún amigo en Europa, pero desconocemos el nombre de nuestro vecino de al lado. Preferimos ver una película en Youtube a la descarga de los sentidos puesta en una sala de cine. Lo mismo ocurre con un partido de fútbol. Claro que estas nuevas formas de entretenimiento se hicieron imperantes con los inicios de la pandemia y las restricciones de público y concentraciones masivas.
Quizá tenga razón Paul Haggis, el director de Crash, cinta alabada por la crítica y la Academia, cuando hace decir a uno de sus actores: “estrellamos nuestros autos para poder sentirnos, para acercarnos, para sentir que todavía estamos vivos…”.
La modernidad
Alexander Correa C.
Contador público y editor