A veces se nos olvida que la historia es un entramado de relatos, que no hay una verdad absoluta que pueda decirnos exactamente qué pasó en un momento determinado, que la memoria es dinámica, que se produce colectivamente.
En cuanto a la historia de las disidencias sexuales y de género, eso es exactamente lo que nos ha pasado, hemos borrado la pluralidad de nuestra propia memoria, hemos repetido una y mil veces el mismo relato creador de mártires y de mitos fundadores.
Repetimos una y otra vez que una revuelta en un bar en Nueva York en 1969 significó el inicio de la lucha por la liberación homosexual, olvidando que antes ya existían organizaciones, activistas y ya habían ocurrido actos de resistencia; olvidando que en Colombia y en Medellín ya venían pasando cosas, ya nuestras ancestras y ancestros estaban poniendo sus cuerpos y sus vidas por la resistencia, la cotidiana, que es más silenciosa pero no menos efectiva.
Hemos repetido incluso que la primera marcha de la diversidad sexual y de género en Colombia ocurrió en 1982 y aun cuando ya historiadores han demostrado que fue en 1983 seguimos repitiendo sin cesar que fue en 1982.
León Zuleta y Manuel Velandia han sido ungidos como mártires del naciente movimiento social en la década de los 70, héroes sin capa que lucharon contra todo y contra todos, y nos hemos olvidado de otros y otras que también lucharon a su lado. Nos hemos olvidado de los Ebel, las Margaritas, los Diegos, los Fernando, las Ángelas, Las Cholas.
Esta es una invitación a apropiarse de la memoria local, a recabar en nuestro propio pasado las huellas de este camino que nos ha traído a dónde estamos y a ser cómo somos ¿La versión de quién o quiénes seguiremos repitiendo sin cuestionar? ¿Quién contará nuestras historias sino nosotras mismas?
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