Quien ha vivido en un barrio sabe que el trabajo de un tendero va más allá de vender productos: es una labor de servicio a la comunidad, y eso lo ha entendido muy bien Manuel Antonio Villada, quien comienza todos los días su jornada a las 8:00 de la mañana, desde hace 45 años, en Cristo Rey.
Abre su tienda y se prepara para recibir a las personas que llegan buscando arroz, huevos, leche, aceite, panela y hasta artículos para el cabello: todo en un mismo lugar.
“Es importante la función de un tendero, porque tiene uno el don de servirle a la gente: cámbieme el billetico, cámbieme las monedas, guárdeme las llaves, póngale cuidado al niño, no cierre que ya voy, y uno les hace el favor”, indicó don Manuel.
Su enfermedad en la columna no lo ha doblegado para dejar su tienda, pues asegura que su vida es compartir con la gente: su clientela es su familia. Verlos tomar su bebida favorita o fiarle a la señora que quizá no tiene el dinero suficiente son alegrías que llenan su corazón. Su frase es: “Vecino, venga y merque, que yo le dejo todo más barato”.
“Por ejemplo, yo no me quejo de nada, porque yo mi tienda hace mucho tiempo la tengo y mi clientela es muy querida. Ellos me quieren mucho a mí y yo los quiero mucho a ellos”, agregó don Manuel.
Las personas se refieren a don Manuel con cariño y gratitud.
“Aquí viene uno a descansar después del trabajo. Usted viene, se relaja en una silla de esas y es una tranquilidad eterna”, afirmó Gustavo Alonso Duque, cliente de la tienda.
En cada esquina del barrio hay una historia, pero en la tienda de don Manuel hay un hogar. Su historia es la de un hombre que ha convertido su oficio en un punto de encuentro, en un refugio para el barrio Cristo Rey y en una escuela de solidaridad que trasciende generaciones.
