Todo comenzó en 1980, cuando la Corporación Corvisol soñó con un nuevo hogar para muchas familias, así nació Caunces de Oriente, un barrio que empezó a tomar forma entre montañas y sueños.
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La primera familia llegó en abril de 1983. Alicia y Eduardo Bustamante se enfrentaron a la dureza del terreno, a la falta de agua, de luz, de puertas y ventanas, pero no hubo miedo, solo determinación. Ellos fueron los primeros, pero pronto llegaron más, desafiando las calles destapadas y un invierno implacable.
“El barrio empieza a nacer en el año 1980, cuando inició una corporación que se llamaba Corvisol, que fundaron tres barrios, uno en Guayabal, otro en Robledo y este Caunces de Oriente”, contó Álvaro Villada, fundador del barrio.
Cada casa se construyó con sacrificio. Había tres tipos de viviendas, pero todas compartían algo en común: las manos trabajadoras que las levantaron y el sueño de un futuro mejor.
“Hacemos una marcha con tapas, ollas, arengas, de todo y eso nos pareció extraordinario, nos pusimos en esa tarea y la cumplimos”, recordó Villada.
El sonido de su determinación retumbó tan fuerte que empresas públicas instaló un tanque. El agua finalmente llegó y con ella, la certeza de que unidos podían lograrlo todo.
“Logramos con el gerente que nos hicieran un tanque y efectivamente lo cumplió empresas públicas y ya empezamos a gozar de unos buenos servicios”, señaló el fundador.
La iglesia nació entre tablas y fe. Las primeras misas se celebraban bajo una ramada, pero poco a poco, la comunidad fue construyendo su templo.
“El padre que vino a dar la misa dijo que las limosnas que se iba a recoger de ahí en adelante, iban a un depósito para que sirviera para ir comprando materiales, para ir construyendo la iglesia”, agregó el fundador.
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El nombre no fue casualidad, sino un homenaje a un árbol noble y resistente: el caunce. Sus ramas fuertes, su madera flexible y su capacidad de renovarse representaban a la perfección el espíritu de su gente.
“Estando verde lo tallan y da carbón, mientras otros que tienen que ser secos y de ese árbol sacan bateas, cucharas, se deja trabajar”, explicó Villada.
Y para que nadie olvidará su origen, se escribió su historia en un libro. Un relato vivo que ganó reconocimientos y permitió dotar a la escuela de un auditorio.
“Tuvieron la idea de contar la historia del barrio, porque aquí estábamos todos los personajes en vivo y contar la historia con todos sus personajes, era maravilloso”, agregó.
El himno del barrio, escrito por Álvaro Villada, se convirtió en su voz, en su identidad. Cada palabra recordaba los desafíos, cada nota celebraba las victorias.