Si el escritor caleño Andrés Caicedo estuviera vivo, el pasado jueves hubiera cumplido 60 años. Con motivo de la conmemoración del natalicio, una reflexión sobre su sentir por el cine.
Reflexiones hechas desde el libro “Ojo al cine”. Santafé de Bogotá. Grupo Editorial Norma, 1999. Seleccionado y anotado: Luis Ospina y Sandro Romero Rey.
Cuando el crítico de cine André Bazin dice de “Los Olvidados” de Luis Buñuel que: “no hay nada más opuesto al pesimismo ‘existencialista’ que la crueldad de Buñuel. Porque no elude nada, porque no concede nada, porque se atreve a mostrar la realidad con una obscenidad quirúrgica, puede encontrar al hombre en toda su grandeza y forzarnos, por una especie dialéctica pascaliana, al amor y a la admiración”(1), quiere mostrarnos cómo la crítica del cine es, antes que nada, el resultado de la pasión. Por lo tanto, el conocimiento del cine no propicia en su totalidad lo que en realidad puede provocar la pasión hacia el cine, hecho un medio más para la formación de una estética, de una postura, de una ciencia de la fascinación.
La metódica entonces para Bazin, el acercarse al cine, al cine de Buñuel, no es desde una estructura crítica como por decir, la “sociocrítica” sino por aquello que está impuesto, determinado por la pasión, como, en efecto, lo hizo Pascal para construir su pensamiento.
Dialéctica de la pasión. Habrá que buscar un nuevo método que implique ser punto de unión, de sutura entre lo pasional y lo analítico, una crítica de la revelación, podría ser.
Pero esto no indica en absoluto que a Caicedo no le interese reflexionar sobre el cine. Él estructura totalmente una reflexión, piensa el cine, pero sin abandonar, sin expulsar la intensidad del sentir, la fascinación por dar sentido. Eso no desaparece por el hecho de intentar la interpretación. La escritura de la crítica en Caicedo es una escritura que resulta de manera espontánea, sorprendida. No obstante, ese hecho introduce elementos estructurales del cine, de su formación.
He aquí que combina la intensidad con lo metódico. Es una escritura que reflexiona, pero en la que es posible la irritabilidad. La cual opera como elemento disolvente de la crítica formal. Por eso cuando hace esa brillante reflexión sobre el cine de Ingmar Bergman dice: “El cine nos interesa en cuanto estructura, en cuanto expresión capaz de inventar formas (...) Cualquier forma subordinada a la simple transmisión de una idea no nos interesa nada, aunque la idea en ciernes sea una de las de la “izquierda”. Al decir “forma” no queremos intuir una noción diferenciadora, de “fondo” sino que nos referimos a un funcionamiento, a una elaboración del trabajo, de la organización del film. No vemos el cine desde la posición privilegiada y más o menos pedante del crítico, del literato, sino como cineastas, de allí el que nos tenga sin cuidado las conclusiones argumentales, temáticas, que a manera de interpretación se le pueda sacar al film”. (Pág. 216).
Como lo hemos dicho, la pasión es para el crítico de cine un medio esencial, para interrumpir la lectura formal del cine, para hacer comparaciones, para descubrir elementos en la composición, para hallar lo que está oculto. Extraerle sentido es lo que busca el crítico, lo que pretende o debe pretender la crítica de cine. O sea, que más que una interpretación, lo que hace Caicedo con el cine es sentirlo, experimentarlo al exceso.
Todo en Caicedo es excesivo, pero no en él o desde el caos, sino desde lo metódico, lo medido. Esa es su prueba más importante. Es ordenado, coherente, pero antes que nada excesivo, desbordado, instintivo. Es un lector del cine como lo es de libros, por eso cuando nos habla de “Fahrenheit 451” de Truffaut nos dice: “Adquiriendo su último significado con base en los procedimientos de comunicación masiva, el libro continúa siendo, paradójicamente, una de las pocas oportunidades que el hombre tiene de hacer un acto de su individualidad. La lectura es la comunicación perfecta de acciones solitarias (...) No hay labor más solitaria que la literatura. Aún más, es el único oficio que un hombre tiene que realizar absolutamente solo”. (Págs.187-188).
La mirada en el cine es la misma mirada que cae sobre el libro: la mirada del solitario.
Estar en cine es también ser e ir como un solitario. Individualidad pero, como Caicedo lo dice, hacia el descubrimiento del Tú: “La palabra no es sólo la intuición que el hombre tiene del tú, sino la alegría que siente de intuir el tú”. Esto mismo, de cierta manera, lo sostiene Martín Buber al decir que: “Existe el hombre y el yo, ciertamente, a través de la relación con el tú”(2). Este pensamiento de Caicedo se hace práctico en la medida en que habla del cine que ve, a los que no lo han visto, a los que nunca podrán verlo. El acerca a nosotros el cine que ve, para comunicarlo, para potenciar en el lector la necesidad de verlo. No como historiador ni como pensador del cine, sino como crítico. Queremos decir: no a la manera de Deleuze.
Es la intención de hablar a otro la que hace que conozcamos, que descubramos el Tú. Por eso, el crítico de cine no habla para él, sino que habla para los otros. Eso lo hace maravillosamente bien Caicedo. Y un poco de ironía, contra la formalidad, la formalización de la crítica de cine, del taller para la formación de críticos de cine: “Manrique Ardila, la Paulina Kael del cine colombiano”. De modo que no solamente se interese por hablarnos del cine sino que también intenta hacer cine, hacer un cine “nuestro”. He ahí el carácter de un compromiso con “nuestra” realidad, con lo que se debe hacer, para llenar no el vacío sino la necesidad de hacer cine. Eso le preocupaba también, por eso decía: “Hay que luchar por un cine nuestro, que haga expresión nuestros pequeños o grandes terrores, pero que nos ilustre, que nos cuestione; un cine imperfecto y pobre, como imperfecto y pobre es nuestra realidad, pobre en comida y en cultura, riquísima en contradicciones y posibilidades de victoria” (Pág.79).
En “Ojo al Cine”, lo que vemos es una experiencia, la experiencia de Caicedo; no una experiencia como resultado, acabada, sino la experiencia que nunca termina, que se hace en todo momento, que se va formando, fortaleciendo en el momento mismo. La experiencia no es acontecimiento de la vida, sino un acontecimiento de y para la muerte; no se hace con ella una historia, no es una anécdota; no es para hablar sobre ella, para hacer inducción con ella; es lo que está ocurriendo, lo que se está haciendo. Podríamos decir, inclusive, que la experiencia no existe, sino que lo que existe es una exploración que me totaliza, me realiza, allí donde es. Hacer, crear es la verdadera, la auténtica experiencia para Caicedo. No tiene otra. Por lo mismo, contradice el hecho de que para hablar de cine es necesario pensarlo.
De allí entonces que él experimente el deseo inacabable, interminable y excesivo de “ver” cine. El cine lo ve a él también, él no puede verse sino en el cine. Hace cine, es hecho por el cine. Entonces para no tener que pensar el cine, tiene que “ver” excesivamente cine. Y entonces se llevaba a verlo todo, a conocerlo todo, sin ponerse medidas, ataduras, dominios o condiciones. No, no tenía porqué hacerlo, “ver” cine para él, era estar en absoluta libertad, libertad de todo. Oculto de todos, que es la única libertad que se tiene.
Es el sueño, lo que nos oculta. Y Caicedo va a cine porque sueña, lo dice él mismo.
Por eso mismo tenemos que verlo viendo el cine que vio; porque el libro nos incita a ver el cine que él vio. Esa es la tarea de la crítica de cine. Entonces vemos que este es un trayecto que va de Polanski, Pollack, Lumet, Wilder, Ray, Corman o Buñuel hasta Ospina, Mayolo, Luzardo, etc. No tiene contención, es la desmesura fantástica, fabulosa. Es la irreverencia que escandaliza, inclusive a otros críticos. El cine es para Caicedo, elemento trastornador, de locura y de exasperación de los sentidos; no el acto intelectual por sí mismo. O sea de la terapia.
En Caicedo hallamos pues una relación inextricable, intensa, un hilo conductor entre literatura y cine; porque es acto puro de un individuo que comparte, que habla a otros, que les muestra lo que le ocurre como crítico de cine, lector y escritor. Combina esos tres mundos, esas tres miradas, esas tres posturas en una sola. La crítica de cine de Caicedo es la evidencia de un temperamento.
Alianza con El Mundo