La Medellín de antes, como dirían los historiadores, creció en un valle interandino con una geografía en su contra. Pero fue el crecimiento humano el motor progreso que en el siglo XIX obligó a superarse a sí misma.
Los extensos paisajes verdes que conformaban la Medellín de 1616, donde estaban los poblados de indios, luego los asentamientos con sus camellones y luego la ciudad, comenzaron a transformarse radicalmente.
Para el siglo XIX, el crecimiento exponencial de la población fue el motor que impulsó una nueva era: las necesidades urbanas obligaron a las edificaciones a emerger y a reconfigurar el entorno.
A partir de ese momento, el reconocimiento del territorio y los nuevos fenómenos económicos marcaron el ritmo del desarrollo. La urbe empezó a escribir su historia en piedra, y con ello creció el impulso urbanístico.
Con los años, el estilo arquitectónico neoclásico y republicano comenzó a ser parte del paisaje en la capital antioqueña que se apoderaron del desarrollo con las calles.
Las calles de Medellín, que hace medio siglo eran apenas tímidas, luego fueron grandes símbolos del progreso, pero nunca se olvidaron del paisaje privilegiado de estar entre montañas.
El antes y el después de algunos de los lugares más emblemáticos de Medellín
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