Todo empezó hace 50 años, cuando una pareja se conoció con 18 y se enamoró sin saber que su historia, además de estar marcada por el amor, sería un viaje delicioso entre sabores, recetas y mar.
A lo largo de cinco décadas, esta pareja ha construido mucho más que una relación: ambos han creado una vida en torno a su pasión compartida por la cocina, que desde siempre fue su lenguaje de conexión.
La historia se cocinó, literalmente, a orillas del mar en Coveñas. Allí, en un planchón flotante convertido en restaurante improvisado, él era el cocinero y ella, la mesera.
Cuando él tenía cuatro años, se fue de pesca al río Medellín y logró sacar una sabaleta. Esta imagen fue como un presagio: ahí estaba la semilla de su amor por la pesca, el fuego y los sabores del agua.
Después de años, entre olas y fogones, decidieron dar un nuevo salto. Se trasladaron a Medellín y abrieron un pequeño restaurante de ocho mesas en Laureles. Fue un cambio de ambiente, pero no de esencia.
Cada plato que servían seguía teniendo el sabor de su historia, ese que combina mar, amor y memoria. Hoy, su restaurante está en El Poblado. Es un lugar más amplio, con una cocina abierta y detalles que recuerdan su origen.
Su cocina no es solo un negocio, es un puente. Es la forma que encontraron de mantenerse unidos, de expresarse, de contar su vida a través de sabores. Son un ejemplo de que cuando el amor se mezcla con la pasión, puede flotar, viajar, reinventarse y, como ellos, llegar muy lejos.
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