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No hay nada malo en ser aficionado

No hay nada malo en ser aficionado

Pixabay.com

Dice un meme que circula en Internet que “Facebook nos hizo creer que tenemos amigos, Twitter nos hizo creer que somos filósofos e Instagram nos hizo creer que somos fotógrafos”. O algo así. El caso es que gracias a las redes sociales y a las nuevas tecnologías, las actividades creativas como el diseño, la música, la producción audiovisual y la fotografía están (entre comillas, bien entre comillas) “al alcance de todos”.

Y resalto lo de las comillas porque el hecho de tener una cámara réflex no hace a nadie un profesional de la fotografía. Lastimosamente, muchos tienden a creer lo contrario.

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La escena se repite una y otra vez: Un fulano cualquiera decide comprarse una cámara, un par de lentes, un trípode y un juego de luces. Luego, el fulano decide instruirse en técnicas fotográficas buscando la educación de alta calidad que ofrece la academia gratuita más grande del mundo: YouTube. Una vez que está medianamente preparado, nuestro aprendiz decide salir a tomar fotos de gatos, atardeceres, amigas agraciadas y niños ajenos.

Cuando empieza a publicar las fotos en sus redes sociales, comienza el proceso de autoengaño: Los amigos empiezan a favoritear y a comentar sus fotos y hacen preguntas acerca de la cámara con la que fueron tomadas, como si el mérito fuera de la flecha y no del indio. Estos amigos empiezan además a decirle que tiene talento y un día cualquiera el fulano (tal vez educado en derecho, contaduría o administración de sistemas informáticos) se levanta de la cama sintiendo que es un fotógrafo.

El problema escala a tales proporciones que un día el nuevo fotógrafo recibe su primera propuesta de trabajo. Un amigo le pide que tome las fotos de su matrimonio, o una amiga le pide que le haga un estudio para su book de aspirante a modelo. Y en vez de decir que no, el nuevo fotógrafo decide aceptar la propuesta y – con todo el descaro del mundo – cobrar por las fotos.

No hay nada de malo en ser un aficionado. Así como existen aficionados a la música, los deportes o la pesca, también se puede ser un aficionado a la fotografía, llevar la cámara a todas partes y publicar algunas fotografías en redes sociales. Pero de ahí a considerarse un profesional y cobrar por el trabajo hay mucho trecho.

Un verdadero fotógrafo no solo debe manejar bien sus herramientas, sino también haber estudiado el trabajo de otros fotógrafos, entender la semiótica de la imagen y el lenguaje audiovisual y haber pasado años de aprendizaje, de prueba y error y de instrucción en el camino, antes de cobrar un solo peso por su trabajo.

Yo mismo, por ejemplo, he llevado a cabo estudios fotográficos para el colectivo La Perla, he tomado fotos para amigos, he llevado mi cámara a fiestas, matrimonios, cumpleaños y otros festejos, pero nunca me he atrevido a cobrar por mi trabajo. ¿Por qué? Porque soy un aficionado a la fotografía, no un fotógrafo.

La situación se repite en un círculo infinito de irresponsabilidad ocupacional, en donde el aspirante a fotógrafo le deja todo el “arte” al modo automático de la cámara, en donde quien más dice saber no sabe para qué sirve el modo “P” de su cámara. La pelea se vuelve más intensa por la batalla del megapíxel, la polarización entre Canonistas y Nikonistas, y el último virus descubierto; la fotografía de desnudos.

A diario sostengo conversaciones con simpatizantes de la fotografía que incluso me recomiendan fotógrafos de “retrato”, cuando me muestran su portafolio difiero haciendo hincapié entre que una cosa es un retrato y otra cosa posar en primer plano. Conozco fotógrafos de desnudos que cuando me muestran sus fotos les digo que eso no es desnudo, es erotismo. Y también conozco fotógrafos eróticos cuyo portafolio es una colección de bendecidas y afortunadas pues parecen no entender la diferencia entre capturar el erotismo y desnudez.

La sensibilidad personal es -tal vez el más importante- elemento del fotógrafo, al igual que la cámara y el lente es algo que se debe adquirir obligatoriamente. La diferencia es que este no lo compras en ninguna tienda de fotografía.

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No se necesita ser un genio para saber que el primer trabajo del “nuevo fotógrafo” resulta ser un desastre: Las imágenes no salen como lo deseaba, el amigo empieza a pedir cosas que el fotógrafo no puede hacer y al final sale más caro el caldo que los huevos. Se deteriora la relación con el amigo, el dinero recibido no compensa el tiempo invertido, probablemente se desperdicia la oportunidad de sacar buenas imágenes en un evento irrepetible y el mercado fotográfico se arruina; porque cada vez hay más profesionales en derecho, contaduría o administración de sistemas informáticos que incursionan en estas profesiones creativas.

Zapatero a sus zapatos. Un artista está educado, tiene el gusto, la formación, el bagaje teórico, el instinto, los equipos y la experiencia para hacer bien su trabajo. Así que la próxima vez que le propongan hacer unas fotos a cambio de dinero mejor diga las palabras mágicas que le ahorrarán un montón de dolores de cabeza: “Gracias por el ofrecimiento pero yo soy un aficionado. Si quieres puedo ir a tu boda y tomar fotos con mi cámara, como siempre lo hago. Pero si de verdad necesitas unas imágenes que valgan lo que vas a pagar por ellas, te recomiendo que contrates un fotógrafo profesional”.

No hay nada malo en ser aficionado

Andrés Franco

Productor audiovisual, comunicador, empresario